Un tatuaje a la espalda

Por Luis Felipe Lomelí

Una noche en Wáshington, D.C., vi a una mujer bellísima con el escudo nacional de México tatuado en el omóplato izquierdo. Vencí mi consabida timidez para abordar desconocidos, me abrí paso entre la gente que abarrotaba el bar donde, recién me enteraba, había una reunión de Latinos For Obama, y le pregunté “¿quiobo, de dónde mero eres?” Ella me miró extrañadísima pero también divertida. Así que le repetí lo que había dicho mientras me preguntaba a mí mismo si ésa no era una forma muy idiota de acercarme a alguien, si no estaba yo otra vez haciendo el ridículo al intentar de socializar. Y ella dijo: “I’m sorry, I don’t understand Spanish.” Entonces pensé que era alguien de segunda o tercera generación nacida en los Estados Unidos, cambié al inglés que mastico como lo hace cualquiera que lo ha aprendido de forma informal como segunda lengua, pedí disculpas por suponer que ella debía de hablar español y volví a preguntar lo mismo porque no se me ocurría otra cosa. Ella se rió. “I’m Filipina,” she said. Y se volvió a reír al notar mi cara de desconcierto.

No hable mucho con ella porque, para variar, no supe qué mas decir. Pero me enteré de que, efectivamente, era segunda generación: sus abuelos habían llegado al país huyendo de la invasión japonesa y ella había crecido en Los Ángeles, ahí donde todo el mundo, como yo y salvo los filipinos, juraba que era mexicana. Así que decidió tatuarse el escudo nacional de la patria asignada. “I only have been in Tijuana once, but I read a lot about your culture —I love it.”

Una de las experiencias típicas de la migración es que uno se encuentra con que ya no basta ser solamente, sino que hay que ser con adjetivo, o con adscripción. Este adjetivo o adscripción se nos es impuesto por los otros, por los supuestos “lugareños”, y muchas veces no tiene correlación alguna con lo que pensábamos que nos definía. Entonces sobrevienen todo un conjunto de procesos sicológicos y sociales donde tratamos de entender qué es lo que ven los otros —y por qué lo ven— en nosotros mismos: si aquello tiene algo de cierto o no, si se espera que me comporte de tal o cual manera para cumplir con sus expectativas o si se espera que deje de hacer tal o cual cosa para acoplarme, para ser parte de ese otro nosotros sin adjetivos. No ahondaré aquí en todas las vicisitudes y variantes que conllevan estos procesos pues, por un lado, varían de una sociedad a otra y, por otro, varían de una persona a otra. Por lo tanto, toda crítica de alguna estrategia de resistencia o asimilación es también personalísima. No obstante, a manera de presentación de los textos reunidos en este número, sí es necesario anotar al menos algunos puntos que subyacen en esta “mirada del otro” y en cómo es socializada, difundida y perpetuada esta mirada (el término en inglés, gaze, sería más preciso aquí).

En primer lugar, e independientemente del discurso público que se pretenda políticamente correcto, bajo cualquier apelativo que se utiliza para designar en Estados Unidos a una persona como un “otro” —Afrolatino, Hispano, Latino, Latinx, Asian, African, Caribbean, Indigenous, Native, etc…— persiste una mirada racializada. Y esta mirada racializada parte de los conceptos de “raza” desarrollados en dicha sociedad: de ahí que, por ejemplo, cuando la revista Variety clasificara a Ann Taylor-Joy como “person of color,” sobreviniera la sorpresa y la risa en millones de lectores y; también, la extrañeza de muchas personas que se consideraban a sí mismas “latinas” y que, al llegar a los Estados Unidos, son reclasificadas como “afro-.” O, por supuesto, que una muchacha estadounidense de abuelos filipinos sea adscrita al conjunto “mexicanos.” Dicho de otro modo, nunca está de más repetir, la raza es un constructo social y la racialización que se ejerce sobre un individuo varía de una sociedad a otra.

En segundo lugar, en los medios culturales se suele dar mayor espacio a cierto conjunto de personas presentadas como “latinos” con los que uno puede o no sentir la más mínima identificación: ¿tengo que comportarme como Ricardo Montaner o Selena Gomez?, ¿es Lin-Manuel Miranda latino?, ¿qué no los “latinos” eran los romanos?, ¿alguien acaso en mi familia se parece físicamente o, peor aún, tiene una historia de vida similar a la de estos “latinos?,” ¿algún rasgo cultural en común más allá de que, supuestamente, todos nosotros debemos hablar y soñar en el más perfecto español de la Real Academia mientras, a la vez, asimilamos y reproducimos las costumbres “estadounidenses” para no representar una “amenaza?,” etc…

En la institución que llamamos “literatura,” ya sea referente a los productos escritos en inglés en los Estados Unidos o en los que son publicados en español dentro y fuera de los Estados Unidos pero adjudicados a autores “latinos” o “migrantes,” el panorama también suele ser sumamente escueto y reducir la miríada hacia las culturas americanas, europeas, asiáticas y africanas, de personas que son catalogadas como “latinas” en Estados Unidos, a grupos más o menos específicos con o sin cierta rentabilidad comercial. En el caso de ese espacio llamado “Iberoamérica,” este grupo de autores suele estar representado casi exclusivamente por personas de clase alta —que siempre juran que son de clase media mientras escriben sobre cómo eran “casi de la familia” sus nanas, choferes, cocineras y jardineros que tenían “allá en casa” y que extrañan tanto— junto con algunos autores de otros estratos económicos que no problematicen su visión del mundo ni sus recuerdos. Más aún, la lengua madre que asumen o tienen todos estos autores es el español y, en algunos casos, el español y el inglés: piense por ejemplo, en Carlos Fuentes o Isabel Allende. Una uniformidad apabullante para una región con miles de lenguas y formas de sentir al mundo. Además de la ironía implícita en tratar de demarcar una clasificación racial en América a partir una supuesta oposición de lenguas coloniales de origen europeo: las lenguas anglosajonas versus las lenguas romance. Así, en este número buscamos mostrar un poco de esta inmensa diversidad que somos, una diversidad que no ha estado exenta, como se mencionó, de sus propios procesos de invisibilización, colonización interna, estructuras racistas y otras atrocidades. Una diversidad que no han borrado, ni borrarán, todas estas instituciones y procesos que pretenden homogeneizarnos. Una diversidad que también hace uso de la ironía y puede tatuarse lo que le dé la gana en sus omóplatos.


Luis Felipe Lomelí (Etzatlán, 1975). Physical Engineer with a specialty in biotechnology, M.A. in Ecology of arid zones, specializing in flora ecophysiology and mathematical simulation, Ph.D. in History and Philosophy of Science, and Ph.D. candidate in Literature. Recipient of the 2001 “San Luis Potosí” Bellas Artes award for his first short story collection Todos Santos de California. Recipient of the “Edmund Valadés” Award for Best Latin American Short Story of 2004 for “El cielo de Neuquén,” included in his second book, Ella sigue de viaje.  He also recieved the 2017 “Gilberto Owen” Mexican National Award for Literature for his short story collection, Perorata. He is a current member of the Mexican National System of Artists and his latest published texts include Indio Borrado (Tusquets, 2014) and Okigbo vs. las transnacionales y otras historias de protesta. He is considered the author of one of the shortest short-stories in Spanish: El emigrante —¿Olvida usted algo? —Ojalá.

Luis Felipe Lomelí (Etzatlán, 1975). Ingeniero físico con especialidad en biotecnología, maestro en ecología de zonas áridas con especialidad en ecofisiología vegetal y simulación matemática, doctor en historia y filosofía de la ciencia y candidato a doctor en literatura. Premio Bellas Artes “San Luis Potosí” 2001 por su primer libro de cuentos Todos santos de California. Premio Latinoamericano de Cuento “Edmundo Valadés” 2004 por “El cielo de Neuquén,” incluido en su segundo libro Ella sigue de viaje. Y Premio Nacional de Literatura “Gilberto Owen” 2017 por su libro de cuentos Perorata. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte de México y sus últimos libros publicados son Indio borrado (Tusquets, 2014) y Okigbo vs. las transnacionales y otras historias de protesta. Se le considera el autor de uno de los cuentos más cortos en español: El emigrante —¿Olvida usted algo? —Ojalá.